El carisma Carmelita tiene una respuesta ante la crisis ecológica
El Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma de 2019 nos recuerda la necesidad de seguir trabajando el mensaje de la Encíclica Laudato Si y nos advierte que cuando el hombre abandona la ley de Dios, el pecado que anida en el corazón del hombre lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente.
La Comisión de Justicia y Paz de la Región Ibérica en la que participa Karit, conmovida por la actual crisis ecológica, propone ahondar en la espiritualidad carmelitana como alternativa al modelo socio-económico actual que está agotando los recursos naturales de nuestra casa común. Para ello se dispone el documento «Cambio climático. Desde la espiritualidad Carmelita», elaborado por el P. Eduardo Agosta (O. Carm).
Resumen del documento «Cambio climático. Desde la espiritualidad Carmelita”
Ante el compromiso por la justicia y la paz se abre un nuevo horizonte, inédito hasta ahora: cuidar la creación, integrarla como parte de la dignidad de la vida de los seres humanos. La actual crisis ecológica, evidenciada entre otras cosas por el cambio climático, el agotamiento de las fuentes de energía y la creciente brecha entre ricos y pobres, ha comenzado al mismo tiempo que la crisis del ser humano.
Actualmente podemos disfrutar de un amplio desarrollo tecnológico que proporciona una vida más confortable y saludable, gracias al creciente saber científico (es su lado positivo). No obstante, ciertos modelos culturales y económicos se han apoderado del desarrollo tecnológico, lo han instrumentalizado para consolidar un programa pragmático-social de vida. ¿Somos conscientes de que este modelo tecnocrático de desarrollo es puramente una construcción humana? Nos han impuesto el consumismo como única posibilidad de desarrollo de la vida occidental. Y nos lo han impuesto los fuertes intereses en la economía local de las compañías multinacionales.
El deseo humano es ilimitado. Según san Juan de la Cruz, el corazón humano no se satisface con menos de infinito. El infinito al que se refiere no es otro que sino el propio Dios. Por eso, cuando el deseo humano se libera a escala global, todos los bienes de la tierra son insuficientes para satisfacerlo. La tierra se ve abocada a la implosión. Los límites físicos del planeta, insuficientes en comparación con la magnitud del deseo, son evidentemente los límites naturales que se imponen a la economía del deseo insatisfecho. El calentamiento de la tierra es síntoma de que el modelo socio-económico global es, de raíz, insostenible. La temperatura del planeta aumenta porque gases de efecto invernadero son emitidos constantemente.
Es más, a consecuencia de los actuales modelos de desarrollo y consumo la injusticia social impera en muchas partes del mundo. El consumismo es un estilo de vida ostentoso, sobre todo comparado con las condiciones de vida de la mitad de la población mundial; un puñado de sociedades tecnológicamente desarrolladas disfrutan de tal grado de bienestar que los recursos globales se ven peligrosamente reducidos. Según datos de la FAO, la cuarta parte de la población mundial consume de forma irreversible el 80% de los recursos de la tierra para mantener su alto nivel de vida. Esto es injusto.
La espiritualidad puede ser a la vez propuesta ecológica e itinerario personal hacia una transformación sanadora. El camino existencial y espiritual de una vida humana consiste en prestar atención a y esforzarse por desear lo que realmente es importante. Pero nada ni nadie sobre la tierra puede llenar la morada de Dios en el corazón humano, el espacio vacío reservado para él. Vaciarse espiritualmente no significa carecer de cosas, de bienes materiales o espirituales, sino ser dueño de sí mismo, saber dominar nuestro deseo de poseerlos inmoderadamente o el interés excesivo que pueden despertar en nosotros.
Vemos pues que el itinerario espiritual carmelitano considera nuestra interioridad como recipiente, o capacidad, que debe vaciarse, liberarse de cosas y de pesadas cargas para que Dios pueda llenarlo, comunicándose él mismo a nosotros, en el curso de nuestra vida humana. La unión del alma con Dios representa, según san Juan de la Cruz, la plenitud.
Pero las sociedades desacralizadas, sin Dios, como las nuestras, sólo conocen el recurso a la estimulación consumista ante el deseo humano ilimitado. Hoy día afrontamos fuertemente las consecuencias de una humanidad sin Dios. Los desastres naturales, el cambio climático, la contaminación atmosférica y del agua, la injusticia social, el empobrecimiento de tantos pueblos, entre otros problemas sociales y ambientales, proceden de modelos insostenibles de producción y consumo, fomentados por una economía que se apoya en el eternamente insatisfecho deseo del hombre sin Dios.
Cuando la humanidad deseche la idea de que encontrará la plenitud llenándose de cosas materiales, la tierra quedará liberada de la obligación de satisfacerla infinitamente, a la medida de esos deseos incontrolados. La experiencia de la fuerza que encierra el amor a Dios puede ayudar a reorientar el dinamismo interior del deseo hacia un estilo de vida más austero y sencillo, a rechazar o superar necesidades inmediatas de placer o satisfacción. El camino espiritual contemplativo de transformación por medio de la oración, la comunidad y el servicio puede fomentar una recuperación personal. Sin una conciencia creciente de la dimensión divina de la realidad, no se podrá evitar la catástrofe ecológica. Es el momento de redescubrir la contemplación.
Cambiemos urgentemente los hábitos de nuestra vida común que pueden afectar la salud planetaria. Deberíamos también trabajar para fomentar una nueva economía de las necesidades humanas.